Todos hemos vivido alguna vez un día realmente complicado, en el cual nos hemos dicho «para qué salí hoy de la casa». Comienza mal, sigue mal y termina mal. Pareciera que todo el mundo, de repente, se puso de acuerdo para conspirar contra nosotros.
A mí me sucedió recientemente, aunque no fue sólo un día: fueron dos semanas de malas noticias. Tuve un accidente fuerte en carretera (en una parte que no es de cuota) y por lo tanto tuve que hacerme cargo del deducible del seguro y de otros gastos asociados, ya que mi auto se quedó a reparación en otra ciudad.
Pero no sólo eso: una semana después, mi esposa chocó tres veces. Sí, tres en cuestión de días. Y en sólo uno de esos eventos, hubo un tercero responsable que se hizo cargo de los gastos.
Desde luego, nunca imaginé que algo así me podría suceder.
Pues bien, un buen fondo para emergencias nos ayuda a convertir este tipo de situaciones, que pueden costar mucho dinero, en un simple inconveniente – en una incomodidad. Nos brinda la capacidad necesaria para salir adelante sin problemas.
Este fondo debe usarse únicamente para solventar compromisos ocasionados por eventos súbitos e imprevistos, como pueden ser los gastos médicos inesperados, una fuerte avería de nuestro coche o para cubrir los deducibles de nuestros seguros. Incluso, nos sirve como un “colchón” en caso de que quedemos desempleados, ya que nos permite seguir viviendo un tiempo razonable de él mientras encontramos un nuevo trabajo.
En ningún caso debe servir para sufragar gastos no frecuentes, como el pago de la tenencia, la inscripción de los niños a la escuela o las vacaciones familiares. Estos son gastos conocidos y que podemos programar, por lo cual debemos incorporarlos en nuestro presupuesto.
Ahora bien, la cantidad que debemos tener en un fondo para emergencias depende mucho de la situación particular de cada uno de nosotros. De manera general, se considera prudente mantener en él recursos suficientes para cubrir entre tres y seis meses de gasto familiar corriente. Además, debe ser accesible y tener la liquidez suficiente para que podamos hacer uso de él cada vez que lo necesitemos.
Esto, sin embargo, implica un peligro, ya que si no somos lo suficientemente disciplinados, podríamos fácilmente utilizarlo para compras de impulso o para gastos irregulares que no planeamos adecuadamente, lo que podría provocar que no podamos contar con él cuando realmente lo necesitemos.
El dinero para emergencias debe estar separado del que utilizamos para nuestro gasto corriente. Debe también estar invertido en instrumentos que protejan su poder adquisitivo (que paguen rendimientos por arriba de la inflación), ya que, afortunadamente, es posible que no tengamos que utilizarlo en un periodo prolongado de tiempo y sería lamentable que, al momento de necesitarlo, no fuera suficiente.
Las sociedades de inversión en instrumentos de deuda que invierten exclusivamente en papel gubernamental, a plazos muy cortos y brindan liquidez diaria pueden ser los instrumentos ideales para este tipo de ahorro. Debemos fijarnos que sean muy seguras (calificación AAA/1) pero que a la vez ofrezcan rendimientos generalmente superiores a la inflación.
Finalmente, es importante mencionar que cuando usamos una porción de nuestro fondo para emergencias, debemos incorporar en nuestro plan la forma y el tiempo en que nos tardaremos en restituir ese monto. Esto es esencial: de lo contrario se irá mermando y podría resultar insuficiente el día en que verdaderamente tengamos que utilizarlo.
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